Aquella mañana de sábado se maquilló más de lo acostumbrado, ¡la ocasión lo merecía! Su pelo recién lavado y cuidadosamente recogido en un moño alto delataba la altura de sus ambiciones y esperanzas. ¡Esta vez nada ni nadie se interpondría entre ellos!
Miró con desprecio el teléfono móvil de él que reposaba sobre la mesita junto al sofá, lo cogió con disimulo, subió a su habitación, abrió la ventana y lo lanzó con todas sus fuerzas. ¡Listo!
—Hoy te quedarás jugando conmigo, papi. ¡Mira lo guapa que me he puesto para ti!